Han
pasado sin pena, ni gloria, los primeros cien días de gobierno de Macron. Entre
otras cosas porque aquí estamos de un lado enredados con la “senyera“ que se
transforma en “estelada” y conmocionados por el último atentado yihadista, por
no olvidar nuestro ancestral y tradicional ombligismo particular que nos hace
pensar que lo que ocurre al otro lado de los Pirineos o allende los mares no
nos incumbe. La causa puede ser la representación cartográfica de la Tierra que
nos sitúa en el centro del mundo.
Macron
irrumpió con una gran fuerza en el escenario político, no sólo en Francia sino
a nivel internacional al ser el primero que se atrevió a llamar la atención a
Trump cuando éste decidió salirse del Acuerdo de París sobre el
Cambio Climático. Desde entonces ha llovido mucho y mal y no sabemos si
el presidente americano se replanteará sus frecuentes salidas de tiesto. Por
otro lado el francés está haciendo frente a las multitudinarias protestas en
contra de su reforma laboral y no hace poco tuvo que retirar un proyecto que
pretendía dar estatus de primera dama a su esposa, algo que no gusto ni a los
políticos ni al pueblo. Y al poco de iniciar su mandato tuvo la primera crisis
de gobierno con varias dimisiones ministeriales por diversos escándalos. Todo
esto ha pasado de soslayo centrados en chascarrillos de si el Barcelona FC
podrá o no jugar en la Liga. Tema vital para la mayoría de los habitantes de
esta España de pandereta.
Lo que si observamos es que enseguida en
nuestro universo mediático surgieron numerosas intentos de comparación entre
Macron con alguno de nuestros políticos, en concreto con Rivera.
Al margen de que son treintañeros avanzados
(37 y 39), y que han irrumpido con éxito, más el francés que el catalán, en sus
primeras elecciones y que les gusta vestir correctamente incluso cuando van de
informales. No veo más coincidencias salvo las que pretenden aprovechar la ola
de uno para promocionar al otro.
Macron es un economista que lo catapultó
Hollande al nombrarle ministro de Economía, posteriormente dimitío para lanzar
su movimiento En Marche. Se presentó a las elecciones presidenciales y tras su
triunfo, convirtió el movimiento en partido político y gano las legislativas.
Mientras Rivera es licenciado en derecho que
comenzó su vida profesional en La Caixa, se unió al movimiento ciudadano creado
por un grupo de intelectuales (Boadella, Espada, de Carreras, etc.) y cuando éste
se configuraba como partido político, logró su presidencia en una lista
preparada por orden alfabético de nombre.
Macron al transformar su movimiento en
partido se guardó mucho de admitir a figuras relevantes en sus listas aunque no
impidió que estas se presentaran por su cuenta y no presentó candidatos contra
ellos, caso de Valls. Mientras Ciudadanos, admitió y dio cobijo a muchos
cuadros de otros partidos, que incluso controlaron amplias zonas electorales
que provocaron numerosas tensiones internas y escándalos acallados por la
ejecutiva. Además y pese a su insistencia en primarias, hubo candidatos
procedentes de otras formaciones, como Toni Canto que fueron cabezas de lista o
personas conocidas como Felisuco
En Marche parece no haber renunciado a
ninguno de sus postulados iniciales. Ciudadanos en el congreso que tuvo hace
menos de un año, abandonó su ideario socialdemócrata a pesar de las muchas
protestas de muchos de sus afiliados y de las críticas más o menos veladas de
los quince impulsores del proyecto.
En el plano personal, sabemos casi todo de Macron
y su familia. De Rivera conocemos lo mínimo necesario, separado con una hija
menor y una nueva relación de la que apenas hay alguna fotografía.
Ya ven que las comparaciones son odiosas, y
mejor no cotejar los resultados electorales. Ciudadanos debiera mirar más a En
Marche y Rivera menos a Kennedy, Suárez, a los Tradeau y ser más él mismo
alejándose de esa imagen de producto que transmite y que parece tanto preservan
y repican desde su círculo próximo. Esto mismo vale para el fundador de
Facebook, Mark Zuckerberg, que parece ser está iniciando su particular asalto a
la Casablanca y ya abandona sus camisetas grises para lucir trajes caros, ni lo
uno ni lo otro. Con el peligro en ciernes de que la democracia se vea deformada
y manipulada ya del todo por las redes sociales, y adulterada y prostituida en
su esencia.
El show debe continuar! ¿Pero es esto lo que
queremos?
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